Ricardo Cantalapiedra
nació en Carrizo de la Ribera (León). Cantautor protesta, cristiano,
seminarista, militante comunista, escritor, periodista, guionista, rey del
bolero y gran jugador de billar.
Su evolución personal puede resultar hoy
chocante. Primero monaguillo, después seminarista durante seis años, militante
en un clandestino Partido Comunista, estudiante de Filosofía y Periodismo,
colaborador en parroquias del extrarradio madrileño... Hoy todo eso
parece propio de alguien que no tiene las ideas nada claras. En cambio, en
la España de los últimos 60 y primeros 70 era algo más o menos habitual. El
Concilio Vaticano II había postulado una Iglesia preocupada por lo social y
muchos jóvenes de la época vieron el sacerdocio y la vida religiosa como una
palanca de cambio en el mundo dictatorial en el que vivían. Los llamados curas
obreros contaban con numerosos seguidores entre los jóvenes. Era habitual que
en algunas parroquias de las afueras de las grandes ciudades o ligadas a
colegios convivieran comunistas y feligreses, frailes y agnósticas y en ellas
encontrasen albergue las primeras reuniones sindicales y políticas
clandestinas. Como dijo el propio Cantalapiedra: "Más que Dios, unía estar hasta los
cojones de Franco". Aquel catolicismo revolucionario y social
acabaría desapareciendo en un proceso de derechización que se inicia a finales
de los 70 y perdura hasta nuestros días.
Ricardo ya en el seminario compone sus
primeras canciones religiosas, pero va a ser a partir de 1967 cuando se
traslada a Madrid y va a comenzar a componer algunos de los cantos que durante
muchos años hemos cantado en las iglesias, dándose la paradoja de que eran
cantados en la misa y censurados por la autoridad competente en los recitales.
Como jugosa anécdota, citar que uno de
los muchachos de clase bien que acompañaba a Ricardo en su apostolado musical
por las parroquias de Aluche era Julio Iglesias, con el que alguna vez llegó a
cantar a dúo. Establecido en Madrid, en 1967, concretamente avecindado en el
Colegio Mayor Pío XII, Ricardo inicia una carrera musical que, en principio,
resultó un sonoro fracaso. Después, cuando comenzaba a ser conocido, vino la mili. A él le llegó con
retraso, pues los seminaristas y curas estaban exentos, pero al salirse del
seminario, la patria le reclamó para el servicio de las armas.
Las canciones religiosas de trasfondo
pacifista que cantaba Ricardo no pasan desapercibidas. Por esa época se funda
el sello Pax, dependiente de la Iglesia Católica y sus fichajes más importantes
serán Ricardo Cantalapiedra y José Juan, los únicos artistas del sello que
alcanzarán trascendencia y venderán discos, aunque su producción fuese
fundamentalmente destinada a las parroquias.
El debut discográfico de Cantalapiedra
se produce con una tanda de tres singles, de acento más social que religioso,
grabados con acompañamiento orquestal. El primero de ellos será: “Baladas Frente a la Guerra” (Pax, 1968)
y el más interesante: “Hojas
de Otoño” (Pax, 1968).
Tras el forzoso paréntesis de la mili,
va a grabar bastantes canciones propias para la marca episcopal, destacando dos
LP de claro contenido religioso con canciones destinadas fundamentalmente al
culto y que dentro de lo que podíamos llamar canción
cristiana están entre lo mejor hecho en nuestro país. Se trata de “Salmos de Muerte y Gloria” (Pax, 1971)
y “El Profeta” (Pax, 1972). Previamente, había publicado su disco
menos conocido: “Once
Canciones” (Pax, 1969), que estuvo producido por Manolo Díaz.
Esta obra sufrió el azote de la censura, a pesar de venir avalada por el
sello obispal. Hasta el punto que en una actuación, el mando de la Guardia
Civil se cargó nueve canciones del disco y el bueno de Ricardo tuvo que dar el
recital repitiendo una y otra vez los pocos temas escapados de la escabechina
del censor.
En 1973 va a cambiar a un sello
comercial al uso para publicar su LP más militante y menos religioso: “De Oca a Oca y Canto Porque me Toca”
(Philips, 1973), producido por su viejo compañero de
fatigas, Patxi Andión. Seguramente su mejor trabajo, pleno de mordacidad
crítica que no deja títere con cabeza en aquella España de los últimos años de
la dictadura franquista.
Aún grabaría un postrero LP con el que
su nuevo sello discográfico buscaba el improbable objetivo de convertir a
Ricardo en un cantautor costumbrista y romántico con canciones de letra light en comparación con
anteriores discos. Sería su “En
Casa de la Maruja” (Philips, 1975).
Aún continuaría unos años actuando
guitarra en ristre, aunque otra vena de Ricardo se iría abriendo paso, la del
Cantalapiedra escritor y periodista. Habitual columnista y crítico de El País y
otras publicaciones, obtuvo en 2011 el premio Don Quijote al mejor artículo del
año. También sus novelas han sido muy apreciadas, destacando títulos como “El
Libro Secreto de los Camareros” y “Bestiario Urbano” (Fondo de Cultura
Económica de España, 1987). Ha sido guionista para radio y televisión en
programas como “Lo que Yo te Diga” del Gran Wyoming.
Sus últimos años los pasó entre
atenciones médicas, cuidado y ayudado por el viejo amigo Jorge Lafora. Sus
conocidos lo recuerdan como un ejemplo de ser entrañable a quien siempre se
recibía con agrado. Sobre todo, en el viejo Café de Mahón, en la plaza
madrileña del Dos de Mayo, donde en los años noventa demostraba su clase en el
juego del billar. Como siempre había alguien que le proponía algún tema más de
conversación, acabó desarrollando una gran habilidad para desaparecer de los
sitios sin que nadie se diera cuenta y sin despedirse.
El 24 de septiembre de 2017 fallece
Ricardo en Madrid, víctima de un tumor.
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