José Rómulo Sosa Ortiz, nació en Azcapotzalco (Ciudad de México) y
falleció este sábado pasado, 28 de septiembre de 2019 en Homestead (Florida,
EEUU). Fue conocido como José José o “El príncipe de la canción”. Fue el primer hijo de José Sosa Esquivel y
Margarita Ortiz, dos cantantes de ópera y zarzuela que se conocieron en el
Conservatorio Nacional de Música. Su padre educó a sus tres hijos en la música
clásica y les previno de Elvis Presley, de todo lo que oliera a rock and
roll y a twist. Como solo trabajaba dos veces al año en la ópera tenía que
ganarse la vida tocando el órgano en la Iglesia de un barrio rico. José José
contó que le atormentaba ver su talento desperdiciado en una parroquia. Murió
sumido en el alcohol. Su hijo casi también. Y el nombre artístico lo escogió en
homenaje a él: dos veces José.
Los mejores tiempos no duraron mucho. Sus pulmones se llenaron de pus y
su diafragma se quedó paralizado. Había sufrido una neumonía fulminante. Era el
año 1972. Todo el mundo le decía que estaba muy joven para destruirse de esa
manera. Tenía 24 años. Se había alimentado de ron y cualquier estupefaciente
que le ayudara a distanciarse de su primer divorcio con Kiki Herrera, su primera
gran traición, según explica él mismo en sus memorias, Esta es mi vida
(Grijalbo, 2008). Pero lo haría igual después, por una relación nociva con Ana
Elena Noreña (la madre de dos de sus hijos), por la falta de dinero tras el
saqueo de diferentes representantes, por la ausencia de su voz, porque dentro
de él estaba dormida una depresión aguda que despertaba cada vez que había una
dificultad. José José comenzó desde joven a vivir esporádicamente en centros de
rehabilitación para drogadictos.
Un día, en aquellos años, después de presentar el disco que lo
precipitó a la decadencia, 40 y 20, salió a cantar borracho y tras
entonar como pudo la primera canción se echó a llorar.
Poco antes de ser internado de nuevo en un centro para drogadictos,
vivía en un taxi con un grupo al que apodaba El escuadrón de la muerte.
Sara Salazar, Sarita, su última mujer, madre de su hija menor, es a
quien le debe su resurrección de aquel agujero negro sin salida.
Ya sin voz, agotada por inyecciones de cortisona durante años, pues era
lo único que le permitía disfrazar los síntomas de su autodestrucción, se
dedicó a las telenovelas. Él, que había vendido más de 100 millones de discos,
que había llenado el Madison Square Garden y el Radio City Music Hall de Nueva
York, además de las mejores plazas de Las Vegas, tuvo que recurrir a algunos papeles
en Televisa para recuperarse económicamente. En 2007 sufrió una parálisis
facial en la mitad de su cara debido a la enfermedad de Lyme, que le afectó
también al habla.
Desde entonces, cuentan los más cercanos, se volvió un hipocondríaco.
Además de la diabetes que desarrolló por su alcoholismo, en 2001 padeció un
enfisema pulmonar, tenía una hernia de hiato y una depresión con la que
aprendió a vivir. José José pasaba exámenes médicos cada año, y hace dos le
detectaron cáncer de páncreas.
“Gavilán o paloma”, “La nave del olvido”, “Lo
dudo”, “Mi vida”, “Almohada” y,
por supuesto, “El triste” seguirán sonando en el repertorio colectivo
de cualquier mexicano. También en las cantinas, en los amaneceres etílicos de
varias generaciones, en los chalés de lujo y en las barriadas. Porque los
dioses de la canción mexicana como José José son de las pocas cosas que unen a
este país.
(Resumen del Diario El País)
JOSÉ JOSÉ – LA NAVE DEL OLVIDO
JOSÉ JOSÉ – AMAR Y QUERER
JOSÉ JOSÉ - ALMOHADA
JOSÉ JOSÉ – EL TRISTE
JOSÉ JOSÉ – POPURRI DE ÉXITOS
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